miércoles, 1 de abril de 2015

"NO ME PUEDO QUEJAR" (épica tuya y mía)

"Ni me obligas ni te obligo
me invitaste a huir contigo
y yo quería volar..."

                                                             -. Ángela Carrasco: "No me puedo quejar", 1983

De improviso, como las más inolvidables sorpresas en nuestra existencia, fue que nos conocimos. Marcaste territorio y supiste lo que quisiste desde el principio, con la más imponente seguridad, mientras yo dudaba de mi sentir y andaba por las ramas, tú simplemente no dejaste de procurarme, de dejarme conocerte, de brindarme cada vez más de cuanto podías ofrecerme.

El "Sí" se hizo esperar lo suficiente hasta que, llegado el momento oportuno, diera lugar a aquella historia que rebasó más que un año, también rebasó expectativas, paradigmas, pronósticos y una variedad de adversidades, Tú y yo, aún conscientes de la presencia de barreras insuperables, decidimos continuar adelante, viviendo cada día juntos como debía de ser, cual si fuera el último, haciendo valer esa condición humana tan trillada como olvidada. No somos eternos, pero sí somos únicos, la oportunidad que en nuestras manos tuvimos de amarnos, de compartir, de apoyarnos y otorgarle más sentido a la vida que el ya digno objetivo de sobrevivir, era algo que nos propusimos sostener con fe y cariño: llegamos a sentirlo frágil, hubo vendavales que pudieron haberlo derribado; llegamos también a sentir que su peso podría rebasarnos, las limitantes consabidas también buscaban colgarse con ánimos de ruptura sobre este monumento que llevó por pilares a nuestras manos. Un monumento hermoso, honrando lo que debe ser el amor fraterno, hecho de un material sumamente difícil de encontrar.

"... Me envolviste con ternura
y aunque fuese una locura,
te acepté sin dudar.
No me puedo quejar."

Y es que todo lo vivido juntos merece ser recordado. Logramos hacer de un paseo a pie la más sublime de las aventuras, hablando de nada, riendo de todo, chocando con nuestras incendiarias personalidades hasta volver a reír de nuestras ocurrencias; tomados de la mano, mostrando nuestro afecto, a la par mirábamos a nuestros alrededores con la sonrisa burlona que gritaba inequívocamente "¿algún problema, cabrones?" Eso era común para ti, y un paso gigante para mí. Siempre quisiste que fuera más sinvergüenza, sé que lograron ser pocas pero efectivas aquellas veces en las que sí te dí la satisfacción.

"...Despertaste en mí el sentido
del verbo amar..."

Nos conocimos tanto, en cuerpo y alma, que me dejaste ver los sufrimientos que has experimentado, la batalla que cada amanecer sostienes por seguir entre nosotros me hizo ofrendarte mi honesta admiración, has perdido tanto en el camino, que tu andar ganó sensatez y fortaleza, tus sentimientos, pureza, y la mirada tuya, aunque suele ser invadida por el recelo y se muestra a la defensiva, no impide que tu corazón demuestre lo mucho que es capaz de sentir, con generosidad auténtica y obstinada iniciativa.

La música nos unió más: los "400 Lux" que compartimos, las "Shades of cool" que te descifré, sólo podía ir "Deeper and Deeper" contigo; tú me dijiste "Te llevo en mi mente", y que junto a mí no conoces el miedo, "Formas de amor" fue tu himno, mientras que yo he seguido sonriendo cuando esta que hoy es mi canción telonera nos vuelve a describir a la perfección: "Ay... No me puedo quejar".

Fue una decisión inmensamente difícil la tuya, y me costó tanto entenderla, asumirla, vivirla, que me costaste lágrimas y desconcertantes pasos a extrañas sensaciones: me diste la libertad de encontrar a alguien más cuando mi libertad a tu lado se sentía tan acostumbrada, no podía darte todo lo que tú necesitas, ni tú a mí, o eso creíste... Pero era verdad, y tenía que ver con aquellas barreras que tarde o temprano debíamos dejar de negar.

"Aunque a veces no te entienda,
no hay mal que por bien no venga,
lo que sea, será..."

Al abrirme esa puerta, terminé por salir sin saber que esperar, y con la más ofensiva de mis ingenuidades me enamoré de una de las más bellas, amigables, sabias y expertas máscaras que me he encontrado: clavó dardos certeros en mi corazón, y tú testificaste cómo aquellas heridas me daban alegrías desconocidas y luego me hacían estallar de dolor... ¿Cómo mantenías tu temple ante tan penosa situación? Seguiste ahí, hasta que te encontraste  como punto clave en mi caos desorbitante y me hiciste saber que lo mejor era alejarte de mí, pues no me ayudabas a pensar con claridad: yo albergaba dudas, culpas, y un embeleso terco que desbordaba mis paredes. Me hiciste darle un sorbo a la realidad, de la que tan familiar te resulta ya su sabor; hiciste esfuerzos titánicos por no desmoronarte ante mis nuevas ilusiones, escuchaste cada uno de mis tropiezos, vendaste mis heridas y me impulsaste a caminar de nuevo, pero quisiste que esta vez lo hiciera solo, pues era solamente ese método el que me haría aprender.

Solo, así logré quitar esa magistral máscara para ver lo que ocultaba. Reclamándole su ausencia fue que desaté el último nudo y cayó, hallando debajo a una tosca fiera incapaz de amar, un ego violentado por condiciones actuales de vida que pusieron a prueba su orgullo y estabilidad; ha preferido enfrentar en soledad y con la máscara puesta a sus demonios. No le resulté útil, obtuvo lo que buscó y no quiso hacer nada por solidificar el idilio fraterno que me enseñaste a construir, tú, que ahora también buscas uno en otras personas, con mejores guardias que las mías. Yo decidí regresar la careta a su sitio, a ese rostro maltrecho de fiera errante, retirándome los dardos lentamente, para finalmente desaparecer de su ermitaña y cazadora vida.

Mientras tanto tú, que me afirmaste antes de dejarte marchar que me recibirías con los brazos abiertos siempre que lo necesite, que al buscarte te encontraré, antes del inevitable amanecer en el que eso ya no sea posible en este mundo... Debes saber que deseo lo mejor para ti, tu irrepetible capacidad de dar amor y de dar verdad lo merece más que mucha gente aquí. Yo no figuro entre lo mejor para esa posición, pero sé cuál es la que me corresponde: la de permanecer en comunicación cercana a ti cuando tú también lo necesites, la de hacerte sonreír e incluso enojar, pero sobre todo, hacerte vivir a plenitud, con mi forma de ser que tanto te ha gustado, dejándote ser; la de conservar, con toda madurez, el cariño que nos motivó en el pasado y la libertad para dejarte encontrar tu futuro.

Coincidimos en el momento más apropiado para nuestras esperanzas: para ti signifiqué la oportunidad de amar de nuevo y proteger, para mí, representaste el redescubrimiento del amor, un  aprendizaje continuo y enterrar por fin el miedo de verme incapaz de experimentar esta forma de entregarme, de compartir.

"¡No! No me puedo ni quiero quejar.
Me enseñaste a no ser frágil
y aunque no fue nada fácil,
el tiempo me ayudó
y seguirás conmigo
mientras quiera yo."

No quiero verte marchar, sí quiero verte volar muy alto, sé que añoras lo mismo de mí, y he ganado la madurez, por ensayo y error, para poderlo cumplir.
Esta historia no merece un punto final, por todos los temores que ha vencido, sé que permanecemos juntos en esto, hasta donde podamos llegar.
Gracias, porque con toda esta experiencia, triunfamos, por completo, triunfamos.

"Con tus besos de pasión,
con tu cara de ángel
y tus caricias de seda,
a ver quién se niega...
... No me puedo quejar."


**Telón**


No hay comentarios.:

Publicar un comentario