"Cuando tengas un título universitario, podrás estar seguro de una cosa: ¡Que tienes un título universitario!"
Recuerdo esta frase de un libro de poemas y pensamientos concebidos por múltiples autores, propiedad de mi madre. No lo conservo físicamente, pero en mi niñez, rondaba por la casa, convirtiéndose en uno de los primeros libros que elegí para hojear. Por esta misma ausencia, desconozco la autoría de la cita inicial, pues el libro no resistió el paso del tiempo, lamentablemente. Sé que estará a algunos clics de distancia en Google, pero mientras tanto, sólo se la atribuyo al compilador de dicha antología: Roger Patrón Luján.
Lo que preciso aquí es observar cuánto tiempo permanecieron esas palabras en mi memoria. No tenía más de diez años cuando las leí, y por supuesto, no las entendí. Incluso me parecieron un mal chiste, he de admitir.
Ahora me encuentro virtualmente cerca de obtener un título universitario (tan cerca o tan lejos como un proyecto de tesis lo permita) y reaparece ese pensamiento, esta vez considero que puedo decir más al respecto de su contenido; ya que vivir la travesía por el título me deja muchas preguntas, y una de las más importantes es, después de todo, ¿qué implica ser universitario?
Llegar a esta etapa representa materializar, en nuestras vidas, el sueño de muchas otras. Un sueño que en ocasiones se impone, como si se tratara de la "versión oficial de la buena vida". Es frustrante cuando no se alcanza en tiempo y forma deseados, en un país que, tal parece, se opone a permitir la oportunidad de que todos aquellos que busquen ser universitarios, accedan a ello; ya sea por cuestiones económicas, por la escasez de espacios, por el bombardeo de distractores, por un futuro sin garantía.
Llegar a ser universitario en una opción educativa del ámbito privado es permitirse costear una inversión enorme, quedando entonces a merced de un sistema selectivo por el estrato socioeconómico, ¿y qué tal el saturado sistema público? Pues es justo eso: saturado. Entrar no es fácil, una vez dentro, vives una amplia gama de carencias, comúnmente orquestadas por una administración desastrosa. Se vuelve una suma de retos, y visto en medio de tanta adversidad, el orgullo suele ser lo único que te mantiene en pie para hacerles frente. Ese orgullo, saben, es un arma de doble filo, es decir, tiene cualidades y defectos capaces de contrarrestar su mérito, hay que saber cómo usarlo.
Pertenecer a mi universidad me motiva, me hace sentir congratulado por formar parte de su historia, y este acto me confiere la responsabilidad de mejorar su calidad, aportar algo positivo a su legado. Es buscar hacer algo más que 'vivir al día', con toda la honradez y respeto que deben atribuirse a dicha circunstancia. Mi mente ha debido analizar, cuestionar, comprender y debatir más acerca de lo que está a mi alrededor, e incluso, lo que está dentro de mí; no puedo entonces permitirme seguir cayendo en el prejuicio, la falacia, la brutalidad y la apatía ante los asuntos de una sociedad que contiene a quienes han mantenido a flote el proyecto de la educación pública: los ciudadanos contribuyentes y los que han trabajado a favor de su progreso.
¿Cuáles son los problemas a los que mi ideario se enfrenta? Un ideario que probablemente compartas conmigo:
- La deshumanización: "tú estás configurado para dedicarte a tu área y absolutamente nada más debería importarte"
- La superioridad clasista: "estar en donde estoy me hace mejor que tú, y te hace merecedor de mis insultos e incapaz de contradecirme."
- El complejo de inferioridad frustrada: "por ser universitario y mencionarlo, doy por sentado que ya te crees mejor, y eso me ofende."
Lástima que esos dos últimos procedan del temor de algunas personas a que no se les otorgue el lugar que ellos mismos deben buscarse.
Un cuarto aspecto con el que también se lucha es con el 'cangrejismo', como ser humano debo reconocer que la búsqueda del bien común no es del interés de todos. Si, como universitario, decido no formar parte del conjunto de individuos que, en la competencia, pone el pie u obliga a retroceder, demerita a su colega y guarda todo para sí, entonces podré ofrecer un apoyo significativo y digno, en el que logre abrir puertas y reconocer capacidades.
Este apoyo se basará en lo que he debido analizar para aprender, y no en lo que memoricé para después olvidar. Va más allá del papel que certifica de qué me licencio, porque no se trata de aspirar a una nobleza ajena a nuestros días, se trata de retribuir, de continuar aprendiendo, sabiendo que es el principio y no el final de mi adquisición de conocimientos, de cuestionarlo todo de manera propositiva, que "lo que siempre ha sido" no es razón de conformidad, y no habrá fanatismo ni imposición capaz de someterlo. En pocas palabras: se trata de crear conciencia, y es una responsabilidad muy grande.
Mientras no asuma la vocación de servicio, la lógica en mis argumentos y la congruencia en mis actos, mi título, mi carta de pasante, mi servicio liberado, sólo serán papeles sin mayor valor que el que la burocracia permita. La proposición no podría ser más clara, vista de esta manera: ese añorado papel no me dará las virtudes que quiero prodigar, lo dará mi andanza en el camino para llegar a él, mis valores puestos como cimiento. Eso es lo que necesito demostrar sin dar nada por sentado.
Hasta entonces, apelo a esa afirmación. Cuando tenga el título universitario, ese sólo acto, no significará más que una cosa: que tengo un título universitario.
The Rasmus - In the Shadows
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