Era el inicio
del segundo día de paro en la secundaria de mi hermana; secundaria en la
que alguna vez mi mamá, dos tías y yo, estudiamos. Un suceso sin precedentes ha
sido el que dicho plantel pare labores por un problema social, cuatro
generaciones lo testificamos.
Nuestra
escuela no fue la única en la zona que tomó esta medida; de manera que la
noticia fue corriendo entre vecinos y se esperaban movilizaciones más cercanas
a nuestros hogares. No obstante, en esa mañana hubo padres de familia llevando
a sus hijos a la escuela que fueron sorprendidos por el cierre, o bien,
inconformes con la situación y dispuestos a cambiarla.
Como
fue un rumor esparcido, me dirigí sin mi hermana a la escuela, cerciorándome de
que no llegara en vano y en caso de que la decisión se cambiara, avisarle para
considerar su ingreso más tarde.
Vi
alrededor de quince alumnos esperando que abrieran la escuela, cerca de tres
padres de familia reclamando que ésta se abriera y aproximadamente cuatro
madres de familia (cabe recalcar el género) reteniendo la puerta y defendiendo
su consigna. Otros veinte tutores quizá, incluyéndome, sólo observábamos cómo
la molestia de ambas partes iba incrementándose.
El
espacio entre la puerta de entrada a mi escuela y el final de la banqueta es
considerable, una pequeña explanada que en esos momentos se encontraba
aglomerada; sobre el borde de la banqueta hay barandales, allí se encontraban
replegados varios de los profesores, consternados por la opinión dividida de
los padres a los que se les había pedido apoyo.
Otra
desventaja era la poca elocuencia de las madres que apoyaban el cierre,
claramente se vieron obligadas a improvisar. Un padre, alzando la voz entre la
multitud dijo:
-Yo
no sé qué tantos estén de acuerdo con que hoy cierren la escuela, debemos votar
para ver si se abre o no. -
-Señor-
respondió una tutora- este asunto se votó en la asamblea general de padres de
familia, a la cual no asistió.-
Lo
cierto es que ese tipo de asambleas (e incluso las juntas para la firma de
calificaciones de los alumnos) son una prueba del poco interés que la mayoría
de los padres tienen por involucrarse en asuntos escolares, pues muy
pocos asisten. El horario laboral suele ser el impedimento más frecuente,
y para esta contingencia volvía a presentarse. "Muchos papás usan la
escuela de sus hijos como guardería, literalmente, pues no tienen dónde dejarlos
mientras trabajan." Me advirtió mamá el día anterior. A pesar de lo
adverso de sus condiciones, no me parece responsable que deleguen todo el
cuidado de 'sus niñitos' a una entidad educativa, sin estar al pendiente de las
necesidades de quienes trabajan allí.
El
problema empeoró cuando esa votación se impuso, nuevamente, producto de la poca
unión entre el grupo de mamás que mantenían la escuela cerrada. Varios de los
alumnos que habían llegado esa mañana votaron a favor de abrir la escuela,
algunos de ellos, compañeros de mi hermana (ninguno con mejor rendimiento que
ella), votando bajo el criterio de "si ya me levanté temprano, ¿para qué
me regreso?" o tal vez bajo el exclusivo criterio de sus padres.
Esos
fueron los votos ganadores, el papá que propuso esto exhortó a que todos
respetaran "la democracia". Un papá conciliador dijo:
-Está
bien, sin embargo es justo que escuchemos lo que las señoras quieren decir
mientras entran los alumnos, el asunto es que nos tengamos informados.-
Así
pues, ellas trataron de alertar sobre la reforma educativa, centrándose en la
autonomía de gestión con forma de "ahora nos costará cara la inscripción y
permanencia de nuestros hijos", sin embargo, los papás se mostraban cada
vez más hostiles y en lugar de debatir el punto que ellas exponían, insistían
en el "Nada de eso, abran la escuela, ¿por qué no abren la escuela? ¡Abran
la escuela!"
Recordé
las palabras de mi profesora del Seminario de Enseñanza: "estamos
acostumbrados a debatir preparados para contestar y no para escuchar." Yo
tenía mucho qué decir, pero hacerlo en ese momento era sólo sumar una voz más
al barullo sin sentido que se escuchaba con fuerza.
Un
papá molesto tomó las pancartas que sellaban la puerta, las arrancó y golpeó
para que abrieran. Los trabajadores dentro sólo pudieron hacer caso. De esos
quince alumnos sólo seis entraron, y una pobre chica lo hizo a empujones de su
padre.
-¿y
qué ganó con eso? ¡Los profesores seguirán en su lucha y no van a entrar!-
-¡Pues
que entren, por eso estamos como estamos!-
-¡Sí,
por agachones como ustedes!-
-¡No,
por huevonas como ustedes!-
Y
el griterío seguía.
Los
directivos trataban de hallarse en la más incómoda de las posiciones: la
neutral.
"Si
entran alumnos, la escuela se abre; si los maestros faltan, se aplica su
descuento; si ninguno entra, puede pasar por sus hijos; si no, las actividades
se realizarán en trabajo social"
La
discusión entró a su punto más patético cuando un señor intentó dar media
vuelta luego de meter a su hija a la escuela, y una mamá lo tomó del hombro
para que notara que otros alumnos empezaban a optar por salir.
-¡NO
ME TOQUE!- vociferó -¡O VERÁ CÓMO LE VA A IR!-
-¡UY
QUÉ VALIENTE, PONIÉNDOSE CON UNA MUJER!- gritaron otros.
Ya no sé qué tenía que
ver esto con la reforma educativa; pensé en irme, pero si terminaban metiendo a
los maestros a la escuela, necesitaba avisarle a mi hermana.
La
voz de una señora que no había hablado antes medió la situación intentando
calmar los ánimos (agradecí su voz de Scout), haciendo notar, precisamente, que
ya nos habíamos desviado del tema y lo que menos convenía era confrontarnos
unos con otros cuando era el momento de informarnos y exponer nuestro punto de
vista.
Los
papás que quisieron abrir la escuela entraron en ella. Uno de ellos dijo en
tono de burla momentos antes de ingresar "¿no van a checar los maestros?
Que trabajen gratis entonces". Esta vez yo pregunté "¿y usted
trabajaría gratis?"
-Soy
funcionario público y claro que sí lo haría.-
Muchos,
incluso gente que lo apoyaba, pusimos los ojos en blanco con semejante
respuesta.
Resulta
que ese señor es papá de una compañera de mi hermana, en el mismo grupo.
Recuerdo que en la junta de diciembre destacó por quejarse de situaciones
diversas, muchas de esas quejas perdían fundamento a partir de darse cuenta que
se había enterado a medias de los asuntos en cuestión. Por otra parte se supo
que una de las señoras defendiendo era militante del partido morena, y ni
siquiera tenía hijos en la escuela.
Esto
es abrumador: unos sacando el cobre y otros llevando agua para su molino. No
quedaba más que defender las propias convicciones luego de haber leído la
reforma educativa. Llegados a este punto, ya los ánimos se habían calmado un
poco y tuve la oportunidad de exponer algunos de los puntos que había reflexionado,
esperando escuchar mejores contrapuntos. El hombre que gritó por su espacio
personal se había ido con su hija, y los profesores continuaban al exterior de
la escuela.
"Yo
me pregunto, ¿quiénes de los que protestan han leído la Reforma Educativa como
para saber decirme cuáles son las partes que los inconforman? ¿por qué los
maestros no dicen nada al respecto?"
Dijo
el 'funcionario público'. Cuando le expuse la fracción tercera del quinto
transitorio, él y otro padre me respondieron que no había problema, pues era
sólo la gestión. De antemano les agradecí su atención (ya el tono de voz y la
molestia disminuyeron) sin embargo, antes de preguntarle cuál era su definición
de "gestión", una señora entró a la escuela, avisando que los maestros
estaban dispuestos a hablar.
Cuando
salimos hacia donde ellos estaban, pude identificar a más de mis profesores, me
alegró ver caras conocidas y de las que conservo un buen recuerdo por su labor
ejemplar: mis maestras Guadalupe y Rosalba de Español I y II, el profesor
Norberto de Matemáticas, teacher Noemí, la profesora Martha de Física, Diana de
Historia y mi profesora favorita, Carmen Julia de Formación Cívica y
Ética, quien se alegró mucho de verme el día anterior.
Allí
se encontraba la profesora de Educación Física dirigiéndose a los papás para
pedir su apoyo exigiendo al gobierno que se abra espacio a la discusión de la
Reforma, ella se centró en aspectos de la infraestructura y el poco
pronunciamiento de dicho proyecto para resolver el problema. Se respondió la
duda de que si acaso el paro afectaría la entrega de documentos para cerrar el
ciclo escolar: no habría problema al respecto ya que, como mencioné
previamente, los chicos de la secundaria acaban su evaluación semanas antes de
terminar.
El
funcionario volvió a tomar la palabra, diciendo que no entendía por qué esto no
lo habían expuesto antes, y desconocía, hasta este instante, la postura
de los maestros (teniendo pancartas pegadas en la escuela que nunca leyó) me
sorprendí cuando me señaló pidiendo que mostrara que yo tenía la Reforma
educativa en mi celular. Como me dio la palabra con ese acto, esta vez tuve
maestros alrededor escuchando lo que tenía que decir. Y salió toda mi
preocupación sobre los planes de estudio y los libros de texto (que expuse en
la primera parte) ejemplificando con el libro de Matemáticas.
-Todo
es perfectible- dijo él.
-Por
supuesto- respondí -el problema radica en que no se propone mejora alguna en el
proceso para seleccionar el material, y si una reforma hablará del tema, debería
ser esta. Responsabilizar al maestro de todo el sistema educativo sin revisar
sus recursos didácticos es una negligencia, por esa razón me uno a su
protesta. Ahora bien, gracias a mi hermana he sabido de estas movilizaciones y
de las razones que motivan a los maestros a proceder de esta forma, le recuerdo
que su hija y mi hermana van en el mismo grupo ¿por qué sabemos cosas tan
diferentes?-
-Pero
es que, esto no es asunto de niños, debieron dirigirse a los adultos-
-Ya
no son niños, señor, son adolescentes y es asunto de comunicación. Yo tengo
comunicación con mi hermana ¿cómo va la comunicación con su hija?-
Increíble.
No respondió nada. Tiempo después mi hermana me diría que su compañera llevaba
varios días faltando a la escuela desde su última evaluación.
Agradeciendo
que lo escucharan, sólo agregó que debía ser más pública la protesta para que
todos apoyáramos en lugar de pelearnos siendo vecinos como había sucedido
minutos antes. Dicho esto, se fue, junto con los demás padres que abrieron la
escuela.
Al
final no había ningún alumno en ella, por lo tanto, se cerró. Los maestros a mi
alrededor me agradecieron de manera conmovedora por encontrarme presente y
junto a ellos. Decidieron que ese sería el último día de paro.
Continuamos
difundiendo información aquellas mamás y yo. Por supuesto, encontramos de todo:
Gente que apoyaba la causa, que hacía recomendaciones apelando a las tragedias
de movimientos estudiantiles en el México del siglo pasado; y personas que
recurrían a la generalización apresurada (nadie quiere ser evaluado, todos
compraron sus plazas) o peor aún, al resentimiento social proyectado (si a mí me
quitaron mi pensión, es justo que los maestros no reciban una, para que se
queden los que quieren dar clases y no los que quieren privilegios) para
exponer su postura en contra. Ante los últimos no podía replicar nada, buscar
el bien común, reitero, no es anhelo de todos.
Tampoco
pretendo generalizar, mis maestros no son todos los maestros, sin embargo, sus
resultados en mi formación me hacen sentirme orgulloso de conocerlos y dignos
de conservar mi voto de confianza. Mi secundaria no es todas las secundarias, y
hay muchos aspectos en los que debe mejorar, con o sin ley de por medio. Lo que
debe quedar claro es que esta reforma sí es la reforma de todos en
México, nos guste o no, tenemos que buscar la forma de presionar para que deje
de ser la mediocridad vendida como varita mágica.
Muchos
creen que la democracia se consuma cuando votas por gente para que piense por
ti. Eso me dejaría intranquilo, nuestra capacidad de aportar y analizar de
manera crítica no debería quedarse quieta; el criterio que nos mueve y el
contexto en el que vivimos nos demandan que sepamos informarnos desde la
fuente, lo más objetivo posible, rechazando el fanatismo o el primitivo maniqueísmo.
Todo
esto forma parte del despertar que buscamos, no se trata de que pensemos igual,
sino que aprendamos a defender, con el razonamiento informado, lo que creemos
mejor.