Si bien puedo disculparme, digamos que no es necesariamente culpa mía el hacer del transporte público un tema recurrente. Paso, aproximadamente, una quinta parte de las horas activas de mi día hábil dentro de él, cruzando grandes distancias dentro de la Ciudad de México, en sentido relativo, pues grandes tiempos no implican largos recorridos; una amplia gama de curioseos que pueden surgir allí se convierten en potenciales historias para contar (o para reservarse), además de que últimamente han resaltado numerosas polémicas en torno a su funcionamiento y normatividades. Hoy elijo una de ellas para reflexionar, una muy escabrosa: las áreas reservadas para mujeres.
Sistema de Transporte Colectivo Metro, Metrobús y RTP cuentan con la política de reservar sitios para las mujeres, excluyendo, en consecuencia, el ingreso a los hombres. Es bien sabido que no ha sido así desde el principio (al menos no en el Metro) y que el detonante de esta norma fue el preocupante cúmulo de denuncias por acoso y abuso sexual dentro del transporte. Metro opta por reservar a mujeres los primeros vagones, RTP cuenta con camiones donde sólo entran ellas, y Metrobús otorga la mitad delantera de cada unidad al cumplimiento de esta medida.
Me enfocaré en el último de los tres, ya que las inconformidades e incómodas discusiones entre pasajeros las he visto con más claridad dentro del Metrobús. Quizá se acentúe esta molestia por parte de algunos hombres gracias a un señalamiento que llevan prácticamente todas las unidades de este transporte, donde un par de símbolos y un poco de aritmética simple permiten concluir que el 75% de la unidad está a disposición de las mujeres, cuando lo más curioso es que, demográficamente, la proporción de personas del sexo masculino es mayor en edad laboral. El resultado es visible: medio metrobús atiborrado de hombres y un acceso menos difícil al área reservada; desde luego, en horas pico este transporte es de los primeros en colapsar y la unidad entera se encuentra repleta, pero la distribución, dada esta norma, a menudo es desigual.
En consecuencia, las estadísticas oficiales del transporte señalan que las mujeres se sienten más seguras en el metrobús. El pragmatismo la convierte en una medida efectiva, sin embargo ¿a costa de qué argumentos se sostiene esta política? ¿por qué no hay una satisfacción generalizada?
Si analizamos con frialdad, las premisas detrás de esta norma, a partir de sus antecedentes, son las siguientes: "hombre, por el solo hecho de serlo, eres incapaz de controlar tus impulsos sexuales, de modo que estás castigado" y "mujer, como siempre serás la víctima débil, lo más que tu gobierno puede hacer por ti es aislarte de tu atacante". Nota cómo entonces no es extraño que al abordar el metrobús, hombres y mujeres se tornen resentidos e incluso enemigos, por un delito que en ese momento no se ha cometido. Todos nos vemos tildados de acosadores violentos y ellas se ven señaladas como víctimas privilegiadas.
Dibujo de Diego Tomasini
No eran aún las 6 a.m. y la unidad que abordé ya estaba llena en la parte trasera, y por delante había 5 lugares disponibles. Un señor cuya edad rondaba los 50 años, quiso sentarse en uno, pidendo permiso a una señora para ocupar el lugar junto de ella. Su respuesta, en un tono ciertamente adolorido fue "¿qué no sabe leer? Usted no debe de estar aquí". Y no se movió para ceder el asiento. Pasaron varias estaciones y esos lugares seguían vacíos, así que él ocupó otro de ellos, mientras que la señora volvió a arremeter: "la diferencia entre las personas y los animales es la educación, váyase a su área"
Y él respondió "ya cállese señora, nadie la está molestando"
Ella y yo bajamos en la misma estación, de inmediato se acercó con un policía a denunciar al hombre que siguió sentado en la unidad que continuó en marcha, con la sección trasera igual de llena y la delantera más vacía.
En otra ocasión, entre esas voces que al charlar parecen tener megáfono integrado, escuché a una chica charlando con su acompañante en el área no reservada, mientras ella decía "cuando me voy sola y veo a un patán sentado en un asiento rosa me acerco y le digo, ¿qué, te sientes mujercita?"
Un aplauso sarcástico para esta fémina que argumenta sobre lo degradante que es ser mujer. ¿Qué tal si se topara con un partidario de la teoría Queer? "¡claro! Así como me ves, con saco y corbata, hoy me siento mujer y nada en tus viejas construcciones sociales habrá de convencerme de lo contrario". Qué delicado es parametrizar con algo tan vulnerable y conflictivo como el concepto de 'género'.
Otra anécdota, para no plasmar la impresión de macho rencoroso, se dio en el metro y fue muy desagradable. La nalgada de un sujeto a una chica antes de salirse de los vagones no reservados la hizo reaccionar insultándolo, y el cinismo de este hombre lo hizo vociferar en son de burla, mientras se alejaba por el andén: "eso tienes por venir aquí de buscona". Ese es el efecto de normas como esta, continuar validando comportamientos que reflejan una cultura machista, y lamentablemente, por algunos pagan todos, impidiendo que esta medida cuestionable obsolezca.
¿Es tema de igualdad? Sí, y es claro que no la hay, de allí que surja prepotencia en ambas partes, derivada de la segregación. Una pregunta más interesante, cuya respuesta presiona a muchos debates, es ¿Qué tan ilusa es nuestra construcción del concepto de igualdad?.
Por otra parte, ¿Qué hay de la caballerosidad? Uff, tema espinoso. Cada vez más mujeres reconocen que estos formalismos encubren un micromachismo categórico: "cédele el paso al sexo débil, que sea su premio de consolación." Por supuesto, el lado grato de este hábito era el dejar de ser tan egoísta, así que mi idea no es tirar la cortesía a la basura, es cambiarla por una humana SOLIDARIDAD: eso incluye hombres y mujeres mayores, discapacitados, con carga pesada y embarazadas, qué lamentables los discursos que he visto alrededor de estas últimas, culpándolas por su vida sexual para no cederles asiento (típica culpa patente del status quo religioso) y olvidando que, en el sentido humano, se trata de simple solidaridad, una mujer embarazada corre mayor peligro al sufrir una caída en el transporte, por esa razón no pondría en discusión brindarle un lugar, ¿por qué debo cuestionar su sexualidad o la posición económica de su pareja? Ahí tienen de nuevo una cucharada de cultura violenta. Si tan solo nos desprendiéramos de tanto prejuicio y lo dejamos en la sencillez de 'ceder a quien lo necesite', ¿funcionará?
Atacar el problema de fondo radica en cambiar ese paradigma donde los estereotipos de género impiden a hombres y mujeres convivir con la auténtica valoración de sus derechos humanos, logrando otorgar respeto por empatía y no por imposición: basta de machismo y misantropía, de la estigmatización del sexo; esta última es fundamental, si no se derriba dicha forma de pensar, los casos de agresión sexual seguirán aún cuando rutas enteras se reserven para ellas. Aislar en lugar de educar es tapar el Sol con un dedo.
Lástima que otro día pase y suba de nuevo a un transporte público, para dar inicio a otra batalla campal por uno de los placeres más grandes de la vida urbana, llamado "asiento vacío", notando que las cosas no han cambiado. Sí, encuentro desagradable la prepotencia en hombres y mujeres, sólo debo recordar que normas como esta no son un triunfo del 'poder femenino'; el verdadero triunfo, de toda una sociedad, será el que surja de no necesitar restringirnos para sentirnos a salvo.
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