Verdugos, esos encapuchados de sangre fría al servicio de alguien más, de ese alguien que te recuerda, de una forma u otra, que tú te encuentras abajo, aceptando que él termine deshaciendo tu vida y satisfaciendo todo aquel deseo de tortura que se le antoje.
¿La problemática de la vialidad es un verdugo? ¡Claro que sí! ¿Notan como encaja su descripción? Casi compro de contado la idea de que "los de abajo" éramos solamente los usuarios cautivos del transporte colectivo: apretujados, sujetos a cambios rotundos y resignados a no sabernos seguros... Sí, pensé que la hoz en nuestros cuellos era la única del verdugo hasta que, mientras miraba la ventanilla, de pie, sostenido por el tubo flojo de un microbús atascado en el tráfico pesado, pude observar al conductor de un hermoso Audi, en el carril contiguo, tocando el claxon efusivamente al compás de una mentada de madre, tal era su ventaja económica convertida en altas dosis de estrés, un particular más, azotado por un mal compartido, repartido... ¿Cómo decir que merecido? Quizá por ser demasiados, pero no, realmente somos simples condenados del antiguo verdugo: la mala planeación vial.
No muy lejos de mi casa pasa la recién construida línea del metrobús... Un cambio que implicó meses de tierra, ruidos y caminos bloqueados; involucró la incertidumbre de ver eliminadas las rutas de antaño, que lejos de ser perfectas, tenían la ventaja de ser conocidas o tan siquiera más baratas.
Algunas se fueron, otras permanecieron, y acompañadas de más alumbrado, mejor pavimento, patrullantes y otras monerías, se inauguraron las estaciones nuevas, mezcladas entre opiniones divididas y vehículos embarrados en menos carriles de avance.
Cambios, cambios, reglamentos de tránsito inoperantes y concesionarias amenazadas por una iniciativa de gobierno, nunca óptimamente ejecutada, siempre plagada de buenas intenciones (o sólo por encima)... ¿Importan esas buenas intenciones? No, bien suele decirse, el camino al infierno está pavimentado por ellas.
"Sólo hago parada en algunas esquinas" Decía el microbusero ante el descontento y desconcierto de más de un usuario... ¿O cómo motivaría la autoridad el consumo del metrobús? Si tan buena idea resultaba, ¿recurrir a la presión es necesario? Ahora bien, no todo cambio fue incoherente, muchos vicios de peatones, chóferes y usuarios intentaron ser corregidos con reglas de voz en voz, esa mala cultura que tenemos afila herramientas y recrudece las entrañas de este miope verdugo, que hace una semana jugó con mis manos atadas...
Cuando estas cosas pasan te da por pensar en los irreales 'hubieras': "tal vez hubiera salido más temprano", "debí haber esperado al siguiente", "no hubiera cedido el asiento", etcétera. Ya sabes, todos esos escenarios que nunca podrán contemplarse a menos que se triunfe con la probabilidad o se incurra en la paranoia, y que surgen sólo hasta escuchar, enmedio de un espontáneo alboroto: "¡al chile cabrones, denos todos sus celulares!". Fue así como cinco tipos se subieron al micro, uno de ellos con pistola en mano, se llevaron mi celular señuelo, y para colmo de males, después de que otro de ellos esculcara un rato después, tomaron el otro, marchándose con varios más en una bolsa. Era la primera vez que me asaltaban, en mi habitual ruta, con todo y los nuevos alumbrados, mejor pavimento, patrullantes y otras monerías...
El ambiente típico posterior al asalto no se hizo esperar: Señoras llorando, hombres insultando y un chófer que actuó como si nada hubiera pasado... "Ha de venir coludido el pendejo, si hasta le dijeron los rateros que se fuera más despacio y muy obediente el hijo de su puta madre..." ..."no, si ya les gustó tomar Eduardo Molina para subirse, han de ser de por allí"... "Pero bien que tenía el micro las puertas abiertas, ¿no que ya no se podía entre esquinas?"... "Uy mija si te contara, la otra vez hubo hasta plomazos, antes di que nos fue bien"... Todo eso se decía, fuera verdad o mentira, y mientras yo podía aparentarme tranquilo, no sin sentir coraje y sí con un leve temblor en las piernas, sería por la adrenalina del miedo, llevándome a recurrir mentalmente al mantra del 'cálmate, cálmate, tú estás bien, lo demás viene y va'. No hubo más que hacer, debí seguir mi día. ¿Denunciar? Ajá, seguro; llámenlo falta de cultura, yo le diré falta de confianza en el sistema. Sólo bajé en mi destino y hallé un teléfono público:
"Hola papá, yo estoy bien, no vayan a espantarse..."
Desde ese entonces, aunque me cueste casi el doble de mi total de viáticos, prefiero viajar ese tramo en metrobús... No es más eficiente en todo momento, pero por el diseño de su funcionamiento, sí es un poco más seguro.
No tiene mayor sentido preguntarse quién es el verdugo aquí. En realidad... ¿Quién está al mando de él?
¿Son los asaltantes? En el fondo no, ya sea de una necesidad desesperada ante la falta de oportunidades o de simples ganas de joder, hay algo más detrás (pensar en la primera razón me frena las fantasías hollywoodenses de sangre y venganza).
¿Es la policía, cuya patrulla estuvo tan cerca de un microbús en marcha lenta del cual bajaron corriendo cinco idiotas? No lo creo, un sistema policíaco incompetente es ridículo, pero por perfecto que sea, admitámoslo, sólo responderá los mandatos de una élite acomodada sin atacar los problemas de fondo, las causas de la delincuencia.
¿Es la política gubernamental, que en el afán de pararse el cuello crea obras mediocres y normas torpes? Casi, pero tampoco, porque cree estar al mando, pero siempre está ese algo que la convierte en otro títere.
¿Cuál ese algo que nos queda? Pueden tildarme de chairo, poco me interesa si viene de quienes son incapaces de reflexionar críticamente, pero el amo del verdugo es el sistema económico, esta estructura generadora de patrones, barreras y vidas castigadas por la mala fortuna de no querer jugar su juego impuesto y nacer en desventaja... Tienes el transporte colectivo que merece tu alcance monetario, así que te friegas, tienes el tráfico lento que corresponde a tu posición, ¿o acaso Su Santidad, (quien, sin ofender, dejó la moda de andar en burro y humilde como Jesucristo) tuvo problemas transitando la ciudad? ¿No hay un nuevo avión presidencial? Todo esto por su seguridad, mientras que la tuya, laico demócrata, te la juegas en un volado, todos los días.
No culpo a quienes no quieran ver la realidad de esa forma, vivir torturas todo el tiempo, notar que así fue antes, te hace acostumbrarte, perder de vista lo que son llevándote a adaptarte a ellas, e incluso, cual síndrome de Estocolmo, amarlas. Pero no quiere decir que debamos todos ser así, las burbujas terminan por romperse.
Lo cierto es que un verdugo sólo hace lo que le piden, es otro empleado. Ignorar esa condición es ignorar que las cosas podrían estar mejor, dejar de decir "así es esto" como una fatídica sentencia, sobre todo pensando en la siguiente difícil pregunta:
¿Así será siempre esto?
Algo sobre "otros verdugos"... La mejor canción de Molotov, que lamentablemente no pierde vigencia en gran parte de su contenido. La recomiendo.